domingo, 8 de septiembre de 2019

¡Fíate del Señor!


Yo sé que el Señor quiere lo mejor para mi. He experimentado en mi vida que cuando soy yo el que lleva las riendas, el carro se vuelca y los caballos salen corriendo hacia el acantilado. Y también tengo la experiencia de que en todo momento -sobre todo los difíciles- el Señor sabe guiar mi historia a través de las sinuosas crestas de la vida, y sales de ahí como en volandas. Es cierto que a veces el Señor permite algunos rasguños, pero eso es como cuando tocas la guitarra: tienes las yemas de los dedos suaves y blanditas. Cuando llevas una hora tocando te arden, parece que se te van a caer. Pero a los dos días tienes un buen callo en la punta de los dedos, que te permiten tocar la guitarra mucho más tiempo sin que te duela.

El Señor hace todo bien, porque sabe lo que pasará si haces su voluntad, sabe que es el mejor camino. Entonces llego a donde quería ir… ¿por qué sigo sin fiarme del Señor completamente? Es cierto que soy un débil y un pecador, pero yo “firmé” un cheque en blanco y se lo di al Señor para que escribiera lo que quisiese (cáncer, la muerte de un hijo, que me toque la lotería, que mi novia me deje rompiéndome el corazón, que tenga una buena estabilidad económica. Da igual, el caso es que acepté todo lo que venía en el pack de mi historia, lo que Dios quisiera, tanto bueno como malo).

Me recuerdo entonces que tengo que rezar, porque esta es la batalla de la fe. En cuanto a mis pecados, que siempre son los mismos, hay que tener paciencia, intentar huir de la tentación, pero en lo que yo no puedo el Señor aparece para mostrar su gloria. Confío plenamente en él. Además sabe que soy un esclavo, y por más que lo intente soy incapaz, si no es por Él no podré salir jamás. Mientras tanto toca humillarse y aceptar lo que soy: nada, si cabe menos…

Jesús, hijo de David, ¡ten compasión de mí, que soy un pecador!

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