Hermanos, El Señor es grande, sin duda. No puedo más que darle gracias al Señor por la misericordia que tiene conmigo... yo que soy un pobre pecador, un debilucho que no es capaz de mantener el don del Espíritu Santo. Digo esto porque la Iglesia, que es sabia, me ha regalado algo impresionante: La Oración. Pero no una oración cualquiera, me ha entregado la liturgia de las horas, el Oficio Divino. Tan solo llevo dos días rezándolo por las mañanas y ya noto sus efectos salvíficos. Sin duda es un arma potentísima para el combate de la Fe.
Me doy cuenta de que soy un principiante en esto, de que necesito practicar mucho más, y es que he sido un ingenuo al pensar que la oración de Laudes es un escudo que te protege del maligno durante todo el día. Si bien es cierto que aleja de ti al demonio a una distancia “prudente” ha sido como ir directo a su red el pensar que no necesitaba el complemento perfecto para el resto del día: La Oración del Corazón. Si consigo combinar estos dos elementos a lo largo del día estoy seguro de que no volveré a perder una batalla, siempre pensando que la guerra ya está ganada, porque Jesucristo ha vencido a la muerte; solo tengo que posicionarme en el lado correcto, que es el suyo.
Espero que El Señor me de fuerzas para permanecer en la oración y me permita gozar de este banquete que es el adelanto de la vida eterna. Sin duda ha sido todo un descubrimiento para mi vida. Hace tres días era un pecador empedernido que empezaba a pensar que no tenía solución; hoy soy una criatura nueva con fuerzas renovadas en Cristo, y por eso puedo batallar el buen combate de la fe. Este pobre pecador ha encontrado una luz, que a medida que se acerca se hace más grande y se deja descubrir; es la Gloria de Dios. Este camino todavía no está iluminado por completo, y es por eso que tropiezo, y sé que lo haré, porque ahora degusto la dulzura de la oración, mas sé que me queda lo amargo de la rutina, de la batalla contra la pereza, de la tentación de no ver los frutos de este milagro que es conversar con Dios, porque la palabra está viva.
Señor, yo te entrego mi cuerpo, que es como una cáscara, muy débil y quebradizo... rellénalo con tu amor y tu misericordia y no dejes que me ocurra como al pueblo de Israel cuando huía de Egipto, que añoraban las cebollas que les daban dentro de su esclavitud. Yo se que el maná que tú me das es lo que sacia de verdad, aunque a veces resulte insípido o incluso amargo, pero me da la vida eterna. Quiero ser esa fuente que brota vida eterna, quiero estar preparado cuando me digas “dame de beber”, quiero tener fruto abundante cuando me visites, y no estar seco como la higuera, porque me has dado esta oportunidad y me han abonado para que no me cortes. Señor, tu gracia me basta.
Virgen María, ruega por nosotros, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de tu hijo Jesucristo. Amén.
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