lunes, 26 de noviembre de 2018

La conversión

        La conversión es como un valle de roca, donde comienzan a cristalizar minerales de sal. Son bellos, pequeños y brillantes a la luz. Tardan en crecer; poco a poco aumentan en tamaño y número. 




   
        El mundo, el diablo y la carne son como un arroyo de agua caliente; de primeras apetitosa en el frío, pero que hiela el alma y disuelve esos frutos de conversión, que si son demasiado pequeños desaparecen por completo; nos deja desnudos y cuando se seca, los peces mueren mirándonos atentos, culpándonos... Nos hace sentir desolados, pensando que jamás cambiaremos. Pero cuidado, ¡Eso es lo que quiere que pienses! En vez de hundirte, acójete al amor del Padre, qie supera con creces al mal de tu pecado. 


    
        El demonio nos culpa, nos hace sentir como hierba seca y pisoteada por haber caído en el pecado, tan apetecible a la vista, pero tan dañino para nuestra alma... Cualquier momento es bueno para hacernos caer, y nosotros que somos débiles corremos alegres a su encuentro para morir y después darnos cuenta de esta muerte. ¡Qué grande la misericordia de Dios! Porque nos da a probar la vida eterna aquí en la tierra. Por ello no solo conocemos la muerte, sino la vida eterna, y sabemos que es la completa felicidad.


        Esto es lo que ocurre a nuestro alrededor cada día de nuestra vida, uno por uno. Esta es la bien conocida batalla de la fe, o la buena batalla de la fe. Y si de nosotros dependiera acabaríamos perdiendo, por lo débiles que somos. Ya lo decía San Pablo: "Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago." (Rm 7, 19-25) Pero tenemos una certeza, y es que por aquel que murió y resucitó, nosotros también podemos vencer a la muerte.
 
 Además, Él mismo sufrió las mismas tentaciones que nosotros (Mt 4, 1-11). Este combate diario, que comienza cada vez que despertamos, desde el primer pensamiento, hasta perder la conciencia en el sueño. Entonces... ¿Qué podemos hacer nosotros siendo tan inútiles? Reconocer que somos unos pecadores y no valemos nada... Porque solo el humilde reconoce su debilidad y pide ayuda. ¡Y ENTONCES ES DIOS QUIEN NOS AYUDA! ¿Quién puede vencer a Dios? Por eso la oración es el arma principal contra el demonio y sus secuaces. La eucaristía, que nos une a Dios. El ayuno, que fortalece el alma y disciplina a la carne. La caridad surge entonces y fortalece nuestro corazón en Jesús. De pronto somos capaces de morir por el prójimo. Pero es importante ser perseverantes en usar estas armas, en no dejar pasar ni un atisbo de pereza, porque el demonio lo usa, y cada vez ataca más fuerte para alejarnos de Dios, pero el tema de la oración lo hablaré en otro post. Concluyo con algo que me dice siempre mi madrina: si Dios es nuestro padre, y los padres quieren y escuchan a sus hijos... "¿A qué le voy a tener miedo? ¡Si el me dará todo lo que necesito y me defenderá siempre!"



¡VIVA EL ESPÍRITU SANTO, EL PARÁCLITO!



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