No sé si te ha pasado que no sabes qué hacer con tu vida... qué quiere Dios de tí; no sabes tu vocación. Se nos va el "el santo al cielo" pensando en estas cosas, pero sí que sabemos por las Sagradas Escrituras que El Señor nos llama a una vida santa (Mt 5, 48). La vocación significa "llamada", pero en el sentido de una invitación. Es una invitación hecha por Dios hacia nosotros. Dios es nuestro Padre celestial, y quiere lo mejor para sus hijos, por eso sabemos que esta llamada es lo mejor para nosotros, es el camino hacia la vida eterna. Pero es un camino difícil... ¡Menos mal que nos dió su Iglesia para guiarnos! La Santa Iglesia nos enseña con las escrituras, el magisterio y la dirección espiritual qué camino recorrer para llegar a la santidad. Esta vocación es un don que viene de lo alto, porque es imposible ser santo... Decía Monseñor Munilla en una ponencia "la felicidad es una consecuencia de la santidad". Por tanto, no puede ser una exigencia, un moralismo, un fundamentalismo. Este don nace de la humildad, de sabernos pecadores inútiles que necesitamos de Dios continuamente para dar algo de fruto, y si lo damos es el Señor... Yo creo que lo más difícil es sentirse amado por el Señor, porque ¡somos tan débiles! ¡Qué difícil es llevar la cruz! Sabemos y hemos experimentado que se vuelve gloriosa, sin embargo, somos tan inútiles... Pero el Señor cuenta con ello, y por eso en su infinita misericordia nos regala algunas armas para combatir la tentación del pecado: el ayuno, la limosna y la oración. ¡Qué importante es la oración! En cuanto la dejas de lado pareciera que una legión de demonios arremete contra tí en busca de una tortura despiadada.
Tenemos la experiencia de que se puede vivir la vida eterna aquí en la tierra, en comunión con Dios.
Feliz Domingo, y rezad por mí para que pueda ser fiel al Señor.
¡VIVA LA VIRGEN MARÍA, CAUSA DE NUESTRA ALEGRÍA!
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